La espada de Damocles es una frase popular que debemos a un
historiador griego y que hasta hoy se utiliza para referirse a un peligro
inminente, aludiendo a una espada que pende sobre nuestra cabeza y que en
cualquier momento caerán sobre nosotros.
La historia fue narrada por Timeo de Tauromenio (actualmente
Taormina) entre el siglo IV y III a.C., un historiador griego que se dedicó a
escribir una Historia sobre Sicilia cuando la ciudad fue conquistada en el año
316 a.C. por el tirano, Agatocles. Timeo tuvo que exiliarse en Atenas y allí
comenzó a escribir sus obras históricas. Probablemente regresó a Siracusa unos años
antes de morir, cuando la ciudad estaba bajo el poder de Gelón II.
La historia fue retomada por Diodoro de Sicilia, Cicerón y
Horacio en el siglo I a.C., lo que ayudó a su difusión y popularización. La
historia cuenta que Damocles era un miembro de la corte del rey Dionisio “El
Viejo”, un sanguinario tirano de Siracusa del siglo IV a.C. Como cortesano,
Damocles era un constante adulador que se pasaba sus días envidiando los lujos
y comodidades del rey.
La repetidas adulaciones envidiosas llegaron a los oídos del
soberano y planeó una estrategia como escarmiento para Damocles. Le ofreció
intercambiar los roles por una noche para que pudiera experimentar
personalmente los placeres que tanto envidiaba. Se organizó un gran banquete
para Damocles, que ocupó el lugar del rey y gozó de todos los lujos y
privilegios de su título temporal.
Todo estaba bien hasta que Damocles miró hacia arriba y
advirtió una afilada espada que pendía sobre su cabeza, atada por un único pelo
de crin de caballo. De repente, se le quitó no sólo el apetito, sino que los
nervios lo obligaron a rechazar el sueño de ser rey con sólo ver la espada
amenazante. Le pidió al rey abandonar su puesto, alegando que ya no quería
seguir siendo tan afortunado.
Por esta historia se menciona la espada de Damocles cuando
se quiere referir a una amenaza constante que puede llevar inesperada y
repentinamente a un trágico desenlace; una excelente metáfora de los inminentes
peligros y el precio que se paga por un gran poder.
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